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27 de octubre de 2013 - El padre Alejandro Solalinde es un hombre diminuto. Su sonrisa irradia una energía que no delata sus 68 años. Es el ángel de la guarda de los migrantes, miles de desesperados que cada año escapan de Centroamérica persiguiendo el sueño americano. Hace ocho años fundó un refugio en Ixtepec, en el Estado de Oaxaca, para recibirlos y protegerlos. Un verdadero desafío a los narcos: desde hace tiempo vive bajo protección debido a las constantes amenazas. Por su cabeza, en el 2010, la recompensa era de 5 millones de pesos (aproximadamente 280 mil euros), «pero con los intereses la cifra ya aumentó», bromea el padre. Los cárteles lo quieren muerto a causa de su compromiso humanitario: Solalinde interfiere con la “materia prima” de sus negocios criminales, ya que los migrantes son asaltados o secuestrados para pedir rescate, las mujeres raptadas y forzadas a prostituirse, los niños destinados a la trata y a menudo la policía está coludida con los narcotraficantes.

El padre mexicano ha iniciado una gira en Turín, Italia, que lo llevará por toda Europa para hablar de migración y de derechos humanos junto con Amnesty International. Hoy en día las fronteras territoriales ya no existen, afirma «En un mundo globalizado, la emergencia migratoria —tanto en Lampedusa como en la frontera entre México y Estados Unidos— es un problema que atañe a todos».

Después de 30 años de servicio parroquial, el padre mexicano dio un giro a su vida, que él define como una rebelión. «Me pregunté ¿Qué haría Jesús si estuviera aquí en este momento? ¿Se quedaría encerrado en la iglesia o iría por las calles ayudando a los más necesitados? Así decidí estar más cerca de los migrantes, miles de ovejas sin un pastor y compartir su camino».

En el 2005 fundó el refugio “Hermanos en el camino”, que en poco tiempo se convirtió en un lugar simbólico para el paso de medio millón de personas (el 25% son niños) que cada año llegan a los Estados Unidos, procedentes de Centroamérica, en la “Bestia”, un tren de carga del cual se cuelgan a lo largo del viaje, muchas veces mortal, a través del “El Dorado del Norte”. «Es inútil construir barreras, los migrantes no se detienen» reflexiona acerca del muro estadounidense de 400 millones de dólares, que se encuentra custodiado por 40 mil policías fronterizos.

La culpa de todo el mal es el dinero: el ídolo que derrotó a Dios, convirtiendo en mercancía al ser humano. Por ésta razón los migrantes se vuelven el botín de las organizaciones criminales. «Las personas se sienten esclavas en su país de origen, su mundo fue violentado y van en busca de un mejor futuro, a una tierra en donde no son bienvenidas. Es necesario que cada nación ponga a disposición recursos con la finalidad de que estas personas ya no sean excluidas», afirma.

«Tenemos miedo de los migrantes porque son el reflejo de las atrocidades que cometimos en el pasado, la denuncia más genuina de nuestros errores. Nos sentimos responsables de su condición, sin embargo volteamos hacia otro lado». Así Solalinde explica la desconfianza que existe hacia “el otro”. Pero ser acogedores, afirma, no es una elección, sino una obligación. «Europa y Estados Unidos no tienen opción, su población envejece, tienen índices de natalidad muy bajos: están obligados a recibir a los migrantes».

Solalinde —que terminó en el ojo del huracán debido a una entrevista en la cual confesó que desacató el voto de castidad a los 32 años— llevará sus reflexiones hasta el Vaticano, en donde encontrará al Papa Francisco. «Ha comenzado una verdadera revolución, haciendo regresar la Iglesia a sus orígenes evangélicos —dice—. Todas las autoridades eclesiásticas deberían seguir su ejemplo, pero por desgracia aún hay demasiados curas que prefieren permanecer en los palacios en lugar de salir a la calle».

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(filippo femia / lastampa.it / puntodincontro.mx / adaptación de massimo barzizza y traducción al español de celeste román)