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6 de julio de 2013 - La existencia de la música prehispánica se fundamenta en la evidencia arqueológica de instrumentos utilizados por antiguas culturas, pero también en el uso de diversas escalas tonales, y no sólo la pentatónica (de cinco tonos) que, «podemos afirmar, los antiguos pobladores de México conocieron y aplicaron», destacó Felipe Flores Gamboa, investigador de la Fonoteca del INAH, quien explicó que —con un rango de antigüedad que va de 3500 a.C. hasta varios decenios después de la Conquista— los instrumentos prehispánicos que se conocen y que se conservan como piezas de museo, pertenecieron a las culturas maya, mixteca, zapoteca, purépecha, olmeca, totonaca, mexica, y antiguos grupos del noroeste.

Una reconstrucción de una pieza
musical prehispánica mexicana

El especialista argumentó que la música prehispánica no era sólo pentatónica (escala musical de cinco tonos con ausencia de semitonos) como se creía hasta hace algunos años, pues «actualmente sabemos que manejaban una escala diatónica, la polifonía y microtonía, lo cual comprendía distintas familias de instrumentos; tenían la flauta transversal y diferentes cuerdas, e intuyeron conceptos como el ruido rosa (que desciende 3 decibeles por octava)».

A partir de la arqueología y etnomusicología, explicó, ahora es posible conocer la sonoridad de instrumentos tan variados, como silbatos, ocarinas, flautas, huéhuetl, palo de lluvia, caracoles, teponaztli, corta vientos, ollas y marimba de piedra, entre otros.

Dos huéhuetl, tambores verticales
construidos con un tronco de árbol ahuecado.

Felipe Flores comentó que, aunque no es posible saber exactamente cómo sonó la música prehispánica, a partir de investigaciones de etnomusicología se ha podido intuir su sonoridad gracias a las expresiones autóctonas, las cuales han sobrevivido por cerca de 500 años, como parte de algunas festividades y ritos de Oaxaca, del Totonacapan y de la península de Yucatán.

«Así como han persistido la lengua y los usos y costumbres de nuestros pueblos indígenas, también ha perdurado la música, pero mezclada con la cultura occidental», anotó.

Ejemplificó que en la Sala Maya del Museo Nacional de Antropología hay una flauta triple de barro, que emite tonos y semitonos. También los arqueólogos hallaron en Veracruz otro instrumento de este tipo, de filiación totonaca y que data del periodo Clásico Superior (entre 500 y 800 d.C.), el cual en lugar de agujeros para obturarse y tocar un tono específico, tienen un émbolo dentro lo que permite tocar cromatismos o glissandos.

En el vasto universo de los instrumentos prehispánicos «hay flautas de carrizo (huey ácatl, en náhuatl), que en vez de agujero, tienen ranuras o canales, lo que permite el microtonalismo (que utiliza intervalos musicales menores que un semitono). Cabe señalar que en la música occidental, el mexicano Julián Carrillo, a finales del siglo XIX, propuso la utilización de microtonos».

Un Huey Ácatl, flauta de caña de la cultura mexica.

Flores, que también es profesor de folclor musical en el Conservatorio Nacional de Música, agregó que en ciertas representaciones pictóricas se pueden reconocer las impresionantes dimensiones de las trompetas mayas, como las que aparecen en los murales de Bonampak (muro norte de la Estructura 1). Este tipo de instrumentos se aprecian, además, en algunos vasos antiguos, con medidas que alcanzan la misma estatura que los músicos.

El aporte más importante de esta antigua civilización, dijo, fueron las flautas de tres tubos, que permitían al ejecutante tocar la melodía y tres voces con un solo instrumento. Notables también son el zacatán (tambor de parche) y el tunkul, utilizados para las percusiones, así como los caracoles, las sonajas y las ocarinas.

Señaló que, en Mesoamérica, la organología mexica se enseñaba en el Mixcoacalli (casa de la serpiente de nubes), lugar donde se guardaban los instrumentos musicales, y en el Cuicacalli (casa del canto), donde se impartían clases de poesía, danza y música, como nos relata fray Bernardino de Sahagún en su “Historia general”. Algunos cronistas reportan también la existencia de los cuicámatl —o libros de los cantos— en los que se apuntaba la música.

Los principales instrumentos mexicas son el huéhuetl, tambor vertical construido con un tronco de árbol ahuecado, el teponaztli, también de madera con dos lengüetas formadas por angostas incisiones y el atecocolli, que es una trompeta elaborada con un caracol marino. Hay que mencionar, además, las flautas de cuatro agujeros y un silbato que se ha llamado “de la muerte”, pero que reproduce el sonido del viento.

En el Occidente de México, la civilización purépecha utilizaba un silbato muy particular, hecho con madera o hueso, que se colocaba dentro de la boca —entre los dientes y los labios— y producía un chiflido muy fuerte que atraía a los animales durante las sesiones de caza.

Lo que ahora se llama música prehispánica, concluyó Flores, son realmente proyecciones musicales o improvisaciones llevadas a cabo utilizando instrumentos antiguos o réplicas de éstos, «expresiones que, sin embargo, nos acercan a los sonidos propios de las épocas anteriores a la llegada de los españoles al continente americano, donde la música se utilizaba para fiestas, ritos y guerras, pues era una forma de homenaje a los dioses para obtener salud, cosechas, lluvias y conquistas».

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(conaculta / puntodincontro.mx / adaptación y traducción al italiano de massimo barzizza)